Donde el silencio habla y la naturaleza canta

El paisaje junto a mi recámara


Cada día antes de que el mundo me pida algo, yo le pido al cielo que me reciba. Salgo al balcón y allí está: el milagro repetido, siempre igual y siempre nuevo. Un océano de verdes se extiende ante mí, las copas de los árboles se mecen como si me saludaran, y las aves en su danza silenciosa o en su canto vibrante, parecen contarme secretos que solo el alma entiende. En ese instante no hay prisa, no hay relojes. Solo este corazón que late más fuerte, como si reconociera en lo que ve, algo sagrado.

Hay una presencia en el aire, una ternura que no se toca con las manos pero que abraza el espíritu. La luz del sol ya sea dorada al amanecer, suave como un susurro tibio en la tarde, o fuego al caer el día. Es un lenguaje que entiendo sin palabras. Me habla de ciclos, de esperanza, de renacimiento. Las ardillas corren sin miedo, y yo en silencio, aprendo de ellas la alegría simple del movimiento, de estar viva, de pertenecer a este pequeño paraíso que, cada día se me ofrece como un regalo que nadie más ve. Como un secreto entre la naturaleza y mi alma.

No necesito más que esto para sentirme completa: un balcón, un cielo, los árboles que me nombran sin voz, y esta gratitud que me habita entera. El paisaje no está junto a mi recámara... está dentro de mí. Se cuela en mi respiración, en mis pensamientos, en la manera en que miro el mundo. A veces creo que fue creado para recordarme que lo esencial no se compra ni se busca: se contempla. Se ama. Se agradece. Y yo lo hago cada día con el corazón desbordado, hago mi vida mejor.

Con cariño,

Karina de: Hagamos la vida mejor

Comentarios