Donde el silencio habla y la naturaleza canta

El paisaje junto a mi recámara Cada día antes de que el mundo me pida algo, yo le pido al cielo que me reciba. Salgo al balcón y allí está: el milagro repetido , siempre igual y siempre nuevo. Un océano de verdes se extiende ante mí, las copas de los árboles se mecen como si me saludaran, y las aves en su danza silenciosa o en su canto vibrante, parecen contarme secretos que solo el alma entiende. En ese instante no hay prisa, no hay relojes. Solo este corazón que late más fuerte, como si reconociera en lo que ve, algo sagrado. Hay una presencia en el aire, una ternura que no se toca con las manos pero que abraza el espíritu. La luz del sol ya sea dorada al amanecer, suave como un susurro tibio en la tarde, o fuego al caer el día. Es un lenguaje que entiendo sin palabras. Me habla de ciclos, de esperanza, de renacimiento. Las ardillas corren sin miedo, y yo en silencio,...

Si, se puede volver a la luz

Cuando el alma recuerda quién es

Hay momentos en la vida en los que una se pregunta: ¿Se puede llorar de felicidad? ¿Se puede sentir tanta alegría en el pecho que el corazón parece desbordar? Hoy sé que sí, y no solo se puede… es una bendición.

Este año que ya se va, hoy 26 de diciembre de 2025, fue profundamente transformador para mí. Fue un año en el que volví a encontrarme con Él, con mi Dios, con ese amor inmenso que nunca se fue, aunque yo, por momentos, lo haya olvidado.

En marzo de 2025 viví uno de los momentos más intensos de mi vida. Estaba triste, perdida, herida por dentro, enojada… incluso con Dios. Dudaba de su existencia, de su amor, de su presencia. Me sentía sin rumbo, desconectada de mí misma.

Había escuchado decir que nuestras células hablan con Dios, que Él nos escucha incluso cuando no sabemos cómo hablarle. Y una noche, no recuerdo si fue el 15 o 17 de marzo, cansada de tanto dolor, empecé a hablar con mis células. Les hablé con honestidad, con cansancio, con lágrimas… con el alma desnuda.

Y entonces ocurrió algo maravilloso. A la tercera noche, sentí que todas ellas, juntas, me llevaban hacia Él. Mi corazón se expandió, algo se abrió dentro de mí y el amor que creía perdido… renació.

Desde entonces, hay una imagen que me acompaña siempre. Me veo caminando por una escalera blanca. A veces es ancha, otras un poco más angosta, pero siempre cómoda y segura. Voy vestida con ropa suelta, liviana, caminando con serenidad, mirando hacia adelante. Arriba está Él. No lo veo con forma, pero veo su luz, intensa como un sol radiante y siento —sí, siento— su sonrisa mirándome.

A mis costados hay seres de luz, con la misma esencia de mi alma, alegres, juguetones y amorosos, como si me dijeran: "Podés, Karina… seguí subiendo". Y yo avanzo feliz, con dicha en el rostro, mirándolo y sintiendo que Él también me mira. Desde ese momento algo cambió para siempre.

Hoy ya no me pesa el pasado. Lo abrazo con ternura, lo honro como parte de mi historia y como una gran lección de vida. No me abruma lo que fue, no me asusta lo que vendrá. El futuro ya no me preocupa, porque decidí caminar confiada, acompañada, en paz.

Tengo este cuerpo maravilloso que me sostiene, esta mente capaz de crear, de comprender y de sanar, y esta alma juguetona que volvió a sonreír. Ahora, cuando debo tomar una decisión, primero se la cuento a Él. Sé que ya lo sabe, pero decirlo me calma, me ordena y me abraza por dentro.

Siento que hay un pequeño espacio sagrado dentro de mí, donde Él habita, y desde allí todas mis células, mis órganos y todo mi ser hacen lo que tienen que hacer mirándolo. Voy y vengo confiada, con cuidado, sí… pero en paz. Porque ya no estoy sola. Somos Él y yo.

Y si estás leyendo esto, quiero decirte algo desde lo más profundo de mi corazón: Sí, se puede salir de la tristeza. Sí, se puede sanar. Sí, se puede volver a sentir luz después de tanta oscuridad. Yo soy una prueba viva de eso.

Con amor, con fe y con el corazón abierto,

Karina de: Hagamos la Vida Mejor

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